Fortaleza

Fortaleza, en el nordeste brasileño, es la ciudad de donde sus vacaciones tendrán todos los condimentos, las dunas más altas, temperatura agradable durante todo el año (promedia los 30°) y noches de baile y música. Además es la puerta de entrada a esas otras arenas de ensueño, como Porto das Dunas y la rústica y muy de moda Jericoacoara.

La avenida Beira Mar, la costanera, de tres kilómetros de largo, cuenta con cincuenta hoteles, uno más lujoso que otro, con vista a la playa. Restaurantes y una enorme feria de artesanías atraen turistas a toda hora.  

Pero las playas buenas, esas con las que uno sueña, con mar abierto, olas y palmeras, están un poco más lejos del casco urbano. En cualquiera que se elija para pasar el día o instalarse por unas jornadas se encontrará un buggy, que es como el vehículo oficial de esta zona.

No hay médano que se le resista, ni siquiera los más empinados. En buggy se hacen paseos de una hora o travesías más largas por la playa, hasta lagunas en medio de la arena. Esos espejos de agua, que no son espejismos, recuerdan a los oasis de los desiertos. Por momentos uno cree que está en el Sahara. Entre las montañas blancas se pierde la noción del espacio.

Jericoacoara es una de las playas de moda, Con aires hippies, estilo rústico, posadas, nada de asfalto y muchas palmeras, es uno de los destinos más buscados por los extranjeros; algunos hasta se quedan, construyen hoteles y cambian de vida. Aunque está a seis horas de Fortaleza, llegar es una aventura. Las dunas que la rodean son como una barrera natural: los autos no pasan, sólo los buggies y las jardineras (especie de Unimog). Por eso, se deja el ómnibus en la ruta y comienza el viaje entre médanos.

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