Las viejas playas del viejo mundo han sido cuna y tumba de alegrías, sueños y asombros milenarios de hombres blancos, negros, amarillos, cobrizos que han dejado sus huellas en arenas tibias de mares cristalinos.
Las selvas y bosques tropicales, laberintos naturales plenos de formas, colores y sabores, han sido frágiles testigos del destino recorrido por la vida a lo largo de millones de años, siempre inmensas y exuberantes, abiertas al asombro eterno.
Las ciudades blancas de colonia, y las grises de futuro, fundadas en escarpadas cordilleras o en medio de infinitos llanos, cargados con historia y cultura, hijas de aventureros españoles, comerciantes moros, africanos de fuertes brazos y de sensibles indios, son las nuevas tierras, cuna de gente siempre alegre, siempre viva.